Comentario
El estado de conservación de las pirámides varía mucho, desde las que se encuentran relativamente enteras, a las que son hoy poco más que una duna o un montón de cascotes. Uno de los hombres que mejor las ha estudiado, I. E. S. Edwards, considera que por el momento podemos considerar localizadas alrededor de ochenta de ellas. Sin duda las más antiguas son las pirámides escalonadas, y la primera y principal de éstas fue la construida en Sakkara para Zoser (2635-2615 a. C.), el segundo faraón de la III Dinastía.
A él se debe una de las más grandes conquistas de la civilización egipcia: la arquitectura en piedra, esto es, la consagración de la piedra como un material de construcción que por su nobleza y su belleza no ha sido superado hasta el día de hoy por ningún otro. La época tinita había utilizado ya la piedra como refuerzo de sus edificios de adobe; pero ahora se trata de su empleo exclusivo, algo que requería mucho trabajo y habilidad para dominarla. Ya hemos dicho que Egipto no tenía necesidad imperiosa de emplear la piedra, como Mesopotamia tampoco la tuvo, ni la empleó. Si Egipto lo hizo, fue únicamente por sus creencias religiosas.
Desde tiempos remotos, los egipcios venían dando muestras de una profunda aspiración a encontrar un material eterno. Ya en el badariense no se conforman con la cerámica y hacen recipientes de piedras durísimas: basalto, pórfido, diorita y otras varias.
Pero en lo que a la construcción sé refiere, la piedra se reservó al principio exclusivamente a los muertos. Sus cualidades de dureza y permanencia hacían de ella el material idóneo para el lugar de reposo de los difuntos y de custodia y conservación de sus ajuares. Y así fueron las tumbas las que dieron nacimiento a la primera arquitectura en piedra. El largo proceso de su desarrollo -la que pudiéramos llamar su infancia- se puede seguir a lo largo de las primeras dinastías, cuando es sólo un elemento más junto al adobe y a la madera. De pronto, como un meteoro, una arquitectura radiante surge a comienzos de la III Dinastía; Zoser ha encontrado en ella el instrumento con que hacer ostensible la divinidad del faraón, la eternidad de su poder.
Sobre el nacimiento de esta arquitectura flota un personaje mitológico y que, sin embargo, fue histórico. Se llamaba Imhotep. Dos mil años después de muerto, lo encontramos convertido en dios de la medicina, equiparado al Esculapio de los griegos. En vida le fueron confiados por Zoser, el faraón a quien sirvió, los cargos de mayor responsabilidad en el país: gran visir, juez supremo, inspector de la real secretaría, portador del real sello, arquitecto de todas las obras del rey, inspector de todo lo que el cielo trae, la tierra cría y el Nilo aporta... Esta universalidad de Imhotep, inconcebible casi en épocas posteriores, sólo podía manifestarse en los estadios iniciales de una gran civilización, cuando todo tenía que ser, primero, inventado, y después, organizado.
Amén de sus aptitudes de arquitecto e ingeniero, que lógicamente son las que más interesan a una historia del arte, es de destacar que en una inscripción de Sakkara, Imhotep figura como sumo sacerdote de Heliópolis, lo que faltaba para completar su perfil como el de un mago que en el umbral entre la prehistoria y la historia, cuando aún la medicina y la magia no estaban separadas, alcanzó por su saber y su talento un prestigio que las generaciones posteriores no quisieron olvidar. Y si tal fue la principal razón para que lo divinizasen, no hay duda de que sus realizaciones como arquitecto hubieron de contribuir a mantener vivo su recuerdo, pues Sakkara fue visitada durante toda la Antigüedad.
En efecto: el enorme conjunto monumental de Sakkara, la ciudad funeraria que vamos a describir, no es sólo un mausoleo real, sino un escenario de actividades mágicas, donde el Ra del faraón va a seguir desempeñando ciertos cometidos por toda la eternidad. Primordial entre sus funciones será la de la renovación de su juventud y de su fuerza, sin las cuales la figura sería inoperante.
El Hebsed, la Fiesta de la Renovación de la Realeza, consistía en una serie de actos rituales entre los cuales el más importante era la repetición de la ceremonia de la coronación del faraón como rey de las dos mitades del país. La ceremonia se celebraba en un patio rodeado de las capillas de todos los dioses. Un cortejo presidido por un sacerdote visitaba primero las capillas de los dioses de los cantones del Alto Egipto y recababa su consentimiento para que la realeza del faraón fuese renovada. Una vez que todos ellos habían manifestado su anuencia, el rey era conducido al trono situado en el extremo meridional del patio y cubierto de un baldaquino, y allí lo coronaban como rey del Alto Egipto con la corona blanca. Lo mismo se repetía después ante los dioses del Bajo Egipto con el mismo resultado: la coronación del rey con la corona roja de esta parte del país. Seguidamente se procedía a la Unificación, ceremonia consistente en atar dos plantas simbólicas a los lados de una estaca: el loto del sur y el papiro del norte.
Pero la celebración de estos actos dependía de otro muy característico de las monarquías sacerdotales primitivas: una carrera de velocidad en la que el rey, desnudo, con un flagelo en la mano, había de poner en evidencia su buena forma física cubriendo con la debida rapidez una ruta prescrita. Uno de los relieves de Zoser, precisamente, lo representa en este acto. En esta carrera lo acompañaban su perro y el sacerdote de las almas de Nekken, esto es, de los reyes prehistóricos del Alto Egipto. Sabido es que de esta demostración de agilidad por parte del rey dependía la fertilidad de los campos del país.
El recinto de la pirámide de Zoser forma un rectángulo de 544,90 m de largo por 277,60 de ancho. Pese a esta amplitud de dimensiones, no tiene más que un portal de comunicación con el exterior, flanqueado por dos torres de gran potencia. La puerta, que nunca tuvo batientes, es un vano angosto, de apenas un metro de ancho. La muralla, reforzada por contrafuertes a intervalos regulares, acaso reproduzca en piedra las que eran murallas blancas de Menfis, hechas de adobes enlucidos de blanco.
En el interior del recinto se distinguen las partes siguientes:
1. La pirámide escalonada, que en su forma definitiva era un macizo de seis escalones, de alturas desiguales, hasta alcanzar los 60 metros. Su construcción fue objeto de varios cambios de proyecto, a partir de una mastaba cuadrada, de 63 metros de lado por 8 de altura. Esta mastaba se componía de un núcleo de caliza local, revestido de una capa externa de la fina caliza de Tura, perfectamente careada. Terminada esta primera mastaba, se le añadió por los lados un nuevo revestimiento de caliza de Tura, de tres metros de ancho, pero 60 cm más bajo que el edificio original, dando lugar a una incipiente mastaba escalonada. A todo esto se le sumó por el lado oriental una ampliación de 6 m de espesor, que convertía el cuadrado de la planta primitiva en un rectángulo con su eje mayor orientado de este a oeste.
Antes de revestir de caliza de Tura este nuevo anejo, hubo un cambio completo de proyecto: la mastaba fue transformada en el primero de los escalones de una pirámide de cuatro. Por su lado norte se comenzó a construir un templo funerario, pero antes de que las dos obras se acabasen, se produjo un quinto cambio de plan, consistente en ampliar la pirámide hacia el norte y hacia el oeste, añadiéndole dos escalones más. Una última ampliación por todos lados, con su revestimiento definitivo de sillares de caliza de Tura la hizo aún un poco mayor.
La parte subterránea consta de un pozo vertical, de 28 m de profundidad, en cuyo fondo se encuentra la cámara del sarcófago de Zoser, revestida de placas de granito de Assuán. De ella parte un laberinto de corredores y habitaciones sin parangón en ninguna otra pirámide del Imperio Antiguo. A la cámara se bajaba desde el exterior por un corredor en rampa. Cuando el extremo superior de esta rampa hubo de ser cegado para construir las ampliaciones de la pirámide, se abrió un corredor con escaleras desde el templo funerario que, describiendo una gran curva, desembocaba en el tramo inferior de la rampa. Al término de ésta se guardaba, en una cámara a propósito, el rastrillo de piedra, de unos dos metros de longitud y tres toneladas de peso, que había de sellar definitivamente, como un gran tapón, el acceso desde el techo a la cámara del sarcófago. De la rampa de acceso parten, igualmente, galerías y escaleras que dan a los corredores y estancias que rodean la cámara del sarcófago. Muchos de estos anejos nunca estuvieron terminados, pero los que llegaron a estarlo, como un corredor y una habitación, revelan que su propósito era el de reproducir el interior de un palacio con los muros revestidos de placas de loza, inspirados en esteras, y con algunos relieves.
Antes de que se hiciese la ampliación número tres de la mastaba inicial se abrieron a una profundidad de 32 m (esto es, a 4 m por debajo del nivel de la cámara del sarcófago) once tumbas para los hijos y mujeres del faraón. Probablemente estas tumbas no figuraban en el proyecto inicial. Antes de realizar la ampliación número tres, diez de las tumbas estaban ya ocupadas y sus pozos de acceso cegados. Sólo para la undécima tumba, seguramente aún libre, se hizo un acceso en escalera desde el exterior.
2. El templo funerario, situado al norte de la pirámide, adosado a su primer escalón. Se entraba en él por una puerta abierta en el muro oriental del correspondiente recinto. Era una puerta de piedra, imitación de una de madera, pero su material la hacía inmóvil y por tanto se hallaba abierta del todo. Puertas abiertas como ella, y también de piedra, hay varias en otros lugares del conjunto. Son un rasgo típico de la arquitectura del genial Imhotep, que trasladó a la piedra muchísimos elementos de los edificios de madera y adobe usuales hasta su tiempo. La puerta en cuestión da entrada a un corredor laberíntico que después de varios tramos con sus correspondientes recodos desemboca en dos patios. En uno de estos estaba la entrada al corredor número 10 de acceso a la pirámide. Al igual que los patios, las demás estancias del edificio, cuya traza seguramente reproducía la del palacio de Zoser, están duplicadas, como si su destino fuese el de servir de escenario a un ritual que debía cumplirse por partida doble en nombre del rey, una vez en función del Alto Egipto y la otra del Bajo.
3. El patio del serdab, esto es, el patio para la casa o cámara de piedra de la estatua del rey. Aquí se inventa ésta que en adelante será una institución típica del mundo funerario egipcio. El serdab ha de formar un todo indisoluble con la pirámide o con la mastaba. El original de la estatua hallada aquí en 1924 está custodiado en el museo de El Cairo; en Sakkara lo reemplaza ahora un vaciado en cemento. Sólo dos agujeritos que perforan la pared frontal del serdab ponían la estatua en comunicación con el mundo. El serdab está rodeado de una cerca discontinua de piedra, de modo que aquel armario de piedra pudiese ser visible desde cualquier punto del patio. Allí dentro, en la densa oscuridad, estaba sentada y petrificada la figura del rey, sólo enlazada con el mundo exterior por los dos diminutos orificios que le permitían seguir contemplándolo con sus ojos de cristal y aspirar el perfume del incienso de los sacrificios que allí fuera se hacían en su honor.
Aún el vaciado de cemento que reemplaza a la estatua produce la impresión escalofriante de hallarse uno ante el rey-dios que vela sobre el mundo desde la oscuridad y el silencio pavoroso de su tumba. Poco importa que tanto sus ojos de cristal, incrustados en cuencas de cobre, como su nariz y su barba ritual, hayan sufrido las consecuencias de las depredaciones, porque la majestad que emana de aquella cabeza de león, con sus ojos hundidos y sus mejillas huesudas, permanece incólume. La mano izquierda descansa en el muslo, juntos los dedos, tensa y abierta, la palma boca abajo. Esta postura de la mano izquierda produce tal impresión de energía y de poder, que todos los faraones del futuro la harán suya en sus estatuas. Aun sin ignorar sus precedentes, que sin duda los tuvo, la estatua de Zoser es la primera representación de un ser humano con que el arte egipcio acierta a conmover profundamente al espectador.
Conste que para el egipcio de entonces aquella estatua no era ni una obra de arte ni una especie de momia de piedra, sino mucho más: la única sede adonde el ka errante del faraón podía retomar a la vuelta de sus muchos y largos peregrinajes. Era de rigor, por tanto, el protegerla en aquella caja fuerte, el serdab, pues necesitando el ka de una apoyatura exterior en donde asentarse, si por cualquier accidente la estatua fuese destruida, se acabaría al punto la existencia eterna del ka.
4. Patio meridional. Tiene este enorme patio en su lado norte, al pie de la pirámide y casi en la prolongación del eje de la misma, un altar con rampa de acceso. En medio del patio, y en línea con el mismo eje norte?sur, se encuentran dos construcciones de planta en forma de B. Aunque no hay seguridad de cuál era el verdadero objeto de estos elementos, se les considera términos o metas de la carrera ritual del faraón. Por el lado oeste, paralelos al patio y a la muralla exterior, corren dos anchos bancales, el primero de techo plano, pero con fachada de resaltes; el segundo, de techo convexo, como la Mastaba Sur. Este segundo bancal tal vez contenga las tumbas de los servidores de Zoser, pero lo deleznable de la roca del subsuelo ha impedido su excavación sistemática.
5. Pórtico de acceso. Es una especie de sala techada y columnada, de 54 metros de largo, perpendicular a la angosta puerta de entrada al recinto. El techo es plano, de cara interior acostillada, esto es, cubierta de molduras convexas adosadas unas a otras; también las columnas están estriadas así de arriba abajo, con esas costillas convexas. Pero estas columnas no están exentas, sino adosadas a lienzos de pared que arrancan de los muros laterales a un lado y a otro de lo que así se convierte en un corredor central flanqueado de columnas. La luz entraba por ventanucos situados en lo alto del muro de fondo de cada capilla.
El destino de las capillas se desconoce. Han podido estar ocupadas por estatuas del rey, a un lado como rey del Alto Egipto y al otro como rey del Bajo. Las capillas son cuarenta, número muy próximo al de los cuarenta y dos nomos en que Egipto estaba dividido; por esta casi coincidencia se ha supuesto que cada estatua del rey estuviese acompañada del dios de un cantón. Grupos así han llegado a nosotros: por ejemplo, Mykerinos; pero la verdad es que las excavaciones no han proporcionado el menor indicio de nada semejante. De todas formas, las capillas parecen muy a propósito para la exposición de estatuas, pues cada una de sus altas ventanas haría incidir la luz precisamente sobre el fondo de la capilla del lado contrario del corredor. Al final de éste, y como tránsito al patio meridional, se cruza un pórtico octástilo, cuyo techo estaba sostenido por cuatro pares de columnas, enlazadas de dos en dos por un muro intermedio. Aquí se advierte con suma claridad que aún no se sabía el resultado que podría dar la columna de piedra, recién inventada, si se dejaba exenta del todo. Imhotep no quiso correr el albur de ponerla a prueba.
Los techos eran también de piedra, planos y moldurados, imitando seguramente las vigas adosadas de madera de las mastabas, como las columnas parecen imitar un grueso haz de cañas. En la salida del patio meridional volvemos a encontrar la puerta abierta de piedra.
Antes de seguir adelante, conviene observar que no obstante las grandes dimensiones del monumento, el modo de emplear la piedra es sumamente tímido y cauteloso. Los sillares son pequeñísimos, poco más que trasuntos de adobes; los tambores de las columnas no pasan de los 25 cm de altura. Por ninguna parte se ven bloques gigantescos como los utilizados en algunas mastabas de adobe, ni el sistema de sillería colosal propio de la arquitectura de las pirámides clásicas. No obstante, los ensayos de Imhotep habían de ser decisivos, tanto para éstas como para los templos.
6. El patio del Hebsed. Este patio y los edificios colindantes estaban destinados a que, después de su muerte, Zoser pudiera seguir repitiendo periódicamente, según el ritual prescrito, la ceremonia de su doble coronación. A cada uno de los lados largos del patio se alineaban las capillas de los dioses de los nomos del país. Cuando se dice capilla, uno piensa en un edificio con espacio interior; éstas no lo tienen, mejor dicho, sus interiores están rellenos de cascotes; son bloques macizos, de función puramente mágica, donde lo único que importa es la figura exterior. Delante de cada capilla hay un patinillo de entrada, delimitado por un muro bajo y provisto de una puerta abierta, imitada en piedra como de costumbre. Un muro interior, que parte del lado meridional del patio, obligaba al visitante a hacer un recorrido en zigzag antes de alcanzar al final un nicho de ofrendas, único espacio hueco que hay en cada capilla. Las fachadas de diez de las trece capillas del lado oeste del patio llevaban tres columnas adosadas entre las pilastras laterales, que simulaban sostener con éstas la cornisa curva del techo. Sus capiteles se componen de dos hojas puntiagudas, caídas a los lados del fuste, con un agujero en medio, probablemente para encajar en él un símbolo del respectivo cantón, quizá un estandarte. Las demás capillas del lado oeste, y todas las del este, parecen haber tenido fachadas lisas, solamente ribeteadas de una moldura convexa.
En el extremo meridional del patio se conserva la Tribuna de la Coronación. Las fachadas de las capillas 3ª y 4ª del lado oeste del patio, inmediatas a la tribuna, presentan en sus fachadas respectivas sendos nichos a los que se subía por una escalinata descubierta. Es posible que los nichos estuviesen destinados a estatuas del faraón, en el norte como rey del Bajo Egipto y en el sur como rey del Alto. Por su proximidad a la tribuna, se cree que estas dos capillas representan los pabellones ocupados por el rey mientras los sacerdotes realizaban los actos previos a la doble coronación.
7. Desde la esquina suroeste del patio del Hebsed, un callejón lo enlaza con otro patio más pequeño. En éste se alzaba un edificio de medianas dimensiones, cuyo interior tenía un elegante vestíbulo, tres patios interiores y un grupo de cámaras. Dos muros perpendiculares al del lado oeste del vestíbulo acababan en columnas con estriado vertical, mientras que un tercer muro, de igual orientación, pero sin la columna, formaba con las anteriores dos capillas. Una vez más, se supone que estas estancias albergaban estatuas del rey o de dioses.
H. Ricke ha observado la semejanza existente entre la planta de este edificio y la de una casa de la época descubierta en la misma Sakkara. Por ello ha supuesto que fuese la residencia del faraón durante el Hebsed, donde el rey se retirase entre las ceremonias para descansar y cambiarse de ropa, como lo exigía el complicado ritual.
Relacionado también con el Hebsed debe de estar el grupo de estancias y corredores contiguos al callejón que enlaza el patio número seis con el pórtico número cinco, pero se desconoce la función precisa de estas edificaciones.
8. Patio del Santuario del Bajo Egipto. El templo se alza en su lado norte. La única puerta de éste da acceso a un corto corredor con dos recodos en ángulo recto que acaba en una diminuta estancia cruciforme con tres nichos para ofrendas o estatuillas. El resto del edificio está relleno de cascotes como las capillas del Hebsed. La fachada, de caliza de Tura, tenía una cornisa saliente y curva, como el techo, sostenida por dos pilastras laterales y cuatro esbeltas columnas con capiteles de hojas caídas. Por debajo de los capiteles se encuentra, en el fuste, un entalle cuadrado y dos pivotes en resalte, para sostener alguna insignia o estandarte. Ricke supone que este tipo de edificio es traducción a la piedra de un palacete de palos y esteras, y ha dado el diseño convincente de cuál podría ser su modelo. En un entrante del muro oriental del patio hay adosadas tres columnas de sencillos papiros, símbolos del Bajo Egipto. El lienzo de muro que adornan es uno de los más bellos rincones de Sakkara. Se ha dicho, con razón, que el trazado de esas flores tiene la frescura límpida de un amanecer de primavera.
9. Patio del Santuario del Alto Egipto. El santuario es una réplica del anterior, salvo que las pilastras laterales son acostilladas, no acanaladas, y que por encima de la puerta corría un friso de flores estilizadas. El patio es mucho mayor que el del norte. En el entrante de su muro oriental había una sola columna de capitel floreado, inspirado en el lirio o en el loto del Alto Egipto, un tema destinado a repetirse durante milenios en la arquitectura y en las artes suntuarias del mundo antiguo.
10. La mastaba meridional. En realidad hay aquí dos edificios contiguos, pero independientes. El primero es un templo, macizo también, cuya puerta se abre al patio meridional. Sus muros de hermosa sillería, se han podido restaurar hasta la altura del friso, adornado con prótomos frontales de cobras. Detrás de la puerta se encontraban dos cámaras alargadas, unidas en ángulo recto, todo lo demás era macizo. Dos hipótesis tratan de explicar este edificio: una lo relaciona con las funciones que desempeñase el patio número cuatro; otra lo considera templo funerario de la mastaba.
La mastaba tiene planta de rectángulo alargado y estrecho, orientado de este a oeste. Parte de ella se internaba por debajo de la muralla exterior. La subestructura se parece en muchos detalles a la de la pirámide: un pozo vertical desciende a la cámara del sarcófago, revestida de granito rojo, y a otra donde se guarda el tapón de piedra que había de cerrarla. En un nivel superior se encuentran galerías y estancias revestidas de las finas placas de loza y de los relieves que también hemos visto antes en la pirámide. Zoser realiza en los relieves los actos rituales prescritos, lo cual indica que la tumba estaba destinada a él, bien en función de segunda tumba, como había sido usual hasta entonces, bien para sus entrañas, pues su cuerpo momificado fue enterrado casi con certeza en la cámara de la pirámide.
Ningún otro faraón preparó para su vida de ultratumba un escenario tan amplio y suntuoso como Zoser; en ninguna pirámide se vuelve a encontrar, por ejemplo, el patio del Hebsed. Como hemos visto, muchos edificios son puramente simbólicos; forman parte de una escenografía como la que hoy se construye para rodar los exteriores de una película; a espaldas de sus fachadas no hay más que un relleno de piedra. Hubiera sido facilísimo dotarlos de un interior normal, pero no se hizo así, primero porque no era necesario, segundo porque los egipcios nunca mostraron interés por la organización de espacios interiores; mucho más que eso les importaba la colocación de los volúmenes en la luz exterior, la obra humana en el cosmos. No deja de ser sintomático que la decoración normal de sus pórticos sean las estrellas del firmamento, y que sus patios, carentes de la intimidad que la palabra patio sugiere, se asemejen más a lo que por plaza se entiende.